Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

¿Qué se hace sin el Mundial?

2018-07-16 | FELIPE MORALES
FELIPE MORALES
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Estaba esperando este exacto instante en el que se siente un hueco en el estómago. Esta nostalgia. Este vapor de ayer. 

Como una Copa del Mundo se tarda tanto en llegar, la esperamos mucho y como se va tan rápido, la extrañamos demasiado. 

Es así como se mide la vida: En Mundiales. Es una escala, como cuando los amores se miden en besos o los cafés en tazas…

Estaba esperando esta soledad para sentir cómo el pasto hace cosquillas en los pies descalzos, con el perfume de lluvia, las luces apagadas y los papelitos  amarillos del festejo, mezclados en el campo del recuerdo…

Estaba esperando este vacío de Mundial, que nos dejó huérfanos de pelota  y se llevó los momentos, que se mudaron a lo eterno, para platicar con el viento…

—¿Alguna vez ha sentido que pertenece a un sitio, pero presiente que nunca estará ahí de nuevo?

—Sí, a veces…

—Le ha pasado eso, porque ese instante ha sido único.

—¿Me está diciendo que si he vivido un momentito único, no pasará otra vez?

—Hay momentitos, como usted les llama, que son eternos desde el recuerdo e irrepetibles desde el cristal del tiempo…

—¿Como una fotografía?

—O como un olor…

—O como aquel abrazo con los ojos cerrados... 

—O como un Mundial…

El Mundial de la tecnología, del futbol claustrofóbico, de los recortes y disparos de tres dedos de Cheryshev, el de los festejos de soldado de Dzyuba,  el de las disculpas de Vladimir Putin al Principe heredero de Arabia Saudita, tras empaparse de goles.

O el de los goles que fueron anotaciones antes de serlo, desde el acomodo del cuerpo de Nacho, el español que encontró acomodo en la gravedad cuando le tatuó el empeine a un balón giratorio y sonriente, que después vivió en el aire y murió en la red con un tiro libre de laboratorio de Cristiano Ronaldo. 

El Mundial fue eso: el error y el acierto de De Gea y sus guantes de mantequilla y su invisibilidad en la portería. Fue Lionel Messi tirándole penaltis a sus miedos, que lo atan al pasto. Fue Maradona prendiendo un puro enfrente de un cartel que se lo prohibía, como confirmación de que si hay un Dios, fuma.

La Copa del Mundo fue y, como consecuencia, fuimos. Fue una atajada magnetizada y multiplicada por cuatro de Guillermo Ochoa, arrebatándole goles a quien respire cerca de su portería. Fue Hirving Lozano, un relámpago que chuta a gol, que es el futuro hoy. Fue esperanza mexicana. Fue el llanto de Javier Hernández en el himno y al final del partido…

Fue Allison ponchando un globo rojo, desinflando los prejuicios en una tierra que botó, rodó y habló futbol. Fue la sombra tenue multiplicada en la opacidad de Mohamed Salah, que se agachó y besó el pasto cuando hizo un gol con el hombro averiado. Fue Luis Suárez anunciándole al mundo que será papá, guardándose el balón en la panza, cuando los porteros también son sus hijos…

Fue Messi rascándose la cabeza, preocupado como cuando sabes que algo malo está por pasar. Y pasó cuando Willy Caballero le puso moño a un balón rematado por la voracidad croata. Fue, de nuevo Maradona, arrancándose el apellido en cada gesto deprimido…

El Mundial fue Tite y su voz de plomo y su cuerpo de pluma rodando por el pasto festejando la vida y los goles brasileños. Fue la tecnología desenmascarando a Neymar. Fueron las cámaras, a favor de la justicia, aunque en medio se entrometa la revisión de lo que el árbitro no vio y no quiso volver a ver en la pantallita…

Fue, otras vez el Chicharito, corriendo hacia atrás extendiendo los brazos festejando cosas chingonas, después de goles chingones. Fue Felipe Baloy anotando el primero gol de Panamá en la historia de los Mundiales y el pueblo panameño festejándolo aún perdiendo por cinco goles…

Eso es el Mundial. La capacidad de reírse de uno mismo, a través del balón. De saberse inferiormente feliz. Felizmente inferior. Digno. Algo raro, divino.

El Mundial fue Yerry Mina y su legislación aérea. Sus festejos de un niño que creció muy rápido y muy alto para bajarle balones del cielo a la red a todo Colombia. Fue René Higuita y el Pibe Valderrama sentados en el palco atajando y durmiendo el tiempo, manteniéndolo en el ayer…

Fue Iago Aspas y un gol de taquito tan legendario como revisado. Tal vez no es que existiera fuera de lugar o no en un gol histórico y contemporáneo; quizás por su delicadeza y belleza, lo querían ver en superslow los árbitros…

Fue Quaresma enseñándolos que te puedes meter a duchar pisando de tres dedos. Todo, incluido un gol para los libros, lo hace con la cara exterior del pie, como capricho del talento, como dictadura del descaro.

La Copa del Mundo fue también Messi, cuando nos hizo escuchar con los ojos y ver con los oídos, cuando nos mezcló los sentidos. Su jugada, ante Nigeria, está reservada también para la música. Aquel gol había que oírlo y observarlo en cámara lenta para sentirse parte del Bolshoi, con una recepción con el muslo sobre un ciclón de ideas y un amortiguamiento con empeine, solamente opacado por un Maradona alcoholizado, que no escogió ser Maradona, porque ni él mismo se soporta…

Fue Alemania eliminada, con los brazos en la nuca observando al cielo, que por primera vez los traiciona. Fue darle las gracias a los coreanos, aunque México hubiera perdido. Fue un gol de bailarín del gol de Paulinho, estirándose como cuando se te va a cerrar la puerta para meterle el pie a lo que después fue eterno…

Fue el belga Micha Batshuayi estrellando el balón en el poste para que sin querer le rebotara en la cara, en el festejo más felizmente ridículo que se haya visto. Fue Japón dejando de ser Japón y corrompiendo al futbol, dejando de jugar contra Polonia, porque con la derrota por un gol estaban clasificados, paradójicamente por juego limpio…

Fue una pelota disparada por Griezmann abollada por el travesaño de un paralizado Armani, fue Cristiano ayudando a salir del campo al lesionado Cavani…

El Mundial fue Pavard, el cisne que inclinó el cuerpo para que su envío fuera girando y girando y girando al inicio del mundo. Fue Mbappé, que corre como Carl Louis con prisa y es comparado con Pelé, también con prisa…

Fue una incómoda mano de Piqué, que saltó de espaldas y le metió el brazo a La Furia. O el pie, en una eliminación de España contra Rusia más improbable que ir a trabajar en pijama…

Fue la despedida de Andrés Iniesta, el patinador del pasto; fue Neymar retorciéndose como almeja con limón. Fue Pickford y un lance desequilibrado, frenético, descompuesto, útil. 

Fue Casper Schmeichel disfrazándose de Goycochea atajando tres penales, fue Lloris escupiendo libélulas, Courtuois robándose de la pared del gol las pinturas brasileñas; fue Muslera y sus guantes sin dedos, que hicieron llorar hasta a los pequeños…

Fue Hazard y su dinámica manera de congelar el tiempo, sobre el que respira lento. Fue una jugada de Mbappé sacada del sombrero con un taquito que contradice a los que dicen que solo corre sin talento. Fue Luka Modric, el futbolista total, que si fuera más alto y más guapo sería más mediático, pero nunca mejor futbolista de lo que ya es…

Fue el fotógrafo Yuri Cortez arrollado por la emoción croata en el festejo hacia la Final. Fue el recuerdo de que puedes morir aplastado por futbolistas sin nunca perder la sonrisa, porque haces lo que se ama y amas lo que haces…

El Mundial fue Francia con un Griezman con gafas que retrocede y piensa, con un Kante que llega 15 minutos antes a la cita, con un Pogba que sigue bailando con el balón y sin él, con un Varane de acero, fue, de nuevo, la revelación Mbappé que corre y corre y corre y corre, aunque nadie venga detrás de él.

Fue la Kolinda Grabar-Kitarovic, presidenta de Croacia abrazando al otro. Y al otro y al otro. Y a todos nosotros. Fue la frialdad de Putin protegiendo de la lluvia a su carísimo traje abajo de una sombrilla, mientras Gianni Infantino se empapaba y sonreía…

Fue Emanuel Macron apretando en un puño a todo un país en su festejo cuando la Copa del Mundo fue alzada por los franceses, con la el diluvio estrellándose en la cara de la dama de oro, que en su exclusiva figura sostiene el planeta con el pecho inflamado y los dos brazos extendidos, nos hizo preguntarnos de nuevo:

—¿Alguna vez ha sentido que pertenece a un sitio, pero presiente que nunca estará ahí de nuevo?

—Sí, a veces…

—Le ha pasado eso, porque ese instante ha sido único.

—¿Me está diciendo que si he vivido un momento único, no pasará otra vez?

—Pasará. En cuatro años y medio, el Mundial volverá a pasar…

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