Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

Piojo y Cristante, como boxeadores son mejores técnicos

2018-03-18 | Felipe Morales
FELIPE MORALES
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Hernán Cristante tomó del cuello a Miguel Herrera, como queriéndole pedir una explicación a su papada; el Piojo manoteó quitándose los brazos de Hernán de encima, mientras le lanzaba improperios de fuego al viento. 

Los entrenadores del América y del Toluca forcejearon, se entrelazaron, se empujaron en él área técnica y se fueron de la cancha expulsados sonriendo, abrazados, hablando mal del árbitro, recordando con sonrisitas que como boxeadores son mejores técnicos y como técnicos fueron un vergonzoso y pálido intento de pugilistas retirados...

Así, ambos perdieron la cabeza, como extraviaron también las Águilas su invicto de once partidos en el torneo, ante unos Diablos, que hilan cinco triunfos consecutivos y son sublíderes del certamen de las emociones desbordadas. 

Y el América es tercero, pero fue el primero en encontrar la portería, cuando Renato Ibarra fue habilitado con un trazo kilométrico de Jéremy Ménez, quien con la pierna izquierda, filtró un balón hacia las turbinas de Renato, que cuando aceleró de cero a 100, en 45 metros, después desaceleró en él área para picar hacia la derecha la pelota. Fue un gol muy vertical. De mucho vértigo, precisión y velocidad...

Pero cuando Rubens Sambueza está en el campo, con cualquiera que sea la camiseta que vista, siempre sucede lo impensado. Lo improbable. Lo imperdonable. Lo ilógico. 

Y así, en su regreso al Estadio Azteca, ‘Sambu’ juntó las manos y las alzó hacia el cielo, con el festejo apretado en la quijada y reducido a una mueca tan incómoda como un tercer nombre. 

Después de un rechace de Agustín Marchesín, Rubens colocó la pelota cruzada al palo derecho y después le pidió perdón al pasado. Con el grito de gol estrangulado por la gratitud distorsionada, Sambueza hizo un gol silencioso, que tuvo su eco en la red y la nostalgia en la tribuna amarilla, que siempre lo extraña, como se extraña la infancia o el primer beso. 

Entonces, la expulsión de Bruno Valdez pulverizó las paridades. Oribe Peralta desaprovechó  un cabezazo, y paradójicamente, dejó de jugar con la cabeza. El ‘Cepillo’empezó a reclamarle hasta a sus agujetas, mientras Ménez se iba lesionado ya sin calcetas...

El Toluca se sintió cómodo en una cancha más grande que la suya. Y entonces jugó a lo ancho, mientras los azulcrema multiplicaban sus sombras desgastadae entre los faros y las lámparas. Los Diablos eran más. Y fueron más. 

Y así, propulsado por un espíritu demoníaco, casi en el último vapor del partido, Oswaldo González entró al área chica sin tocar el timbre y se instaló en el gol, en las barbas de un amarrado Marchesín, resguardado y vulnerado debajo de su travesaño. 

En ese entonces, Herrera y Cristante ya escuchaban las réplicas del viento, que hacía volar los “Oles” en rojo y los reproches en amarillo. 

Escondidos en sus vestidores, ambos se miraron al espejo, siendo dos entrenadores que llegaron a las manos, sin poder meterlas por su equipo... 

 

 

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