Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

Melquiades, la voz del acero

2018-11-05 | FELIPE MORALES
FELIPE MORALES
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¿Cómo describiría usted que se le puede estrechar la mano a una voz? ¿Cómo explicaría que el pasto habla? Dígame, para tener suficientes elementos, ¿cómo podría hacernos entender lo que dice? ¿Cómo que el Estadio Azteca tiene garganta? ¿Cómo es que ruge? ¿Cómo es que canta?

Va a tener que ser más explícito cuando me diga que le recuerda a su infancia. Va a tener que ser más razonable. No es fácil de entender, se lo digo. No sé cómo se atreve a decir que las luces se encienden, aunque no haya nadie, cuando cae el sol en un sábado sin partido y que los pájaros vuelan arriba del círculo central viendo al palco de un amigo…

¿Cómo? ¿Dígame cómo pretende que le crea que aquel tiro que había superado la barrera fue rechazado por una sonrisa en la línea, sin que nadie lo viera? ¿Cómo es que los tiros de esquina los cobra el viento? ¿Cómo es que el árbitro inicia un partido con el silbatazo proveniente de otro aliento?

Me está asustando, tengo que decírselo. 

Ya basta. 

Eso de que vaya al baño y el aire le seque las manos, es demasiado. Y bueno: lo de que cuando llegan por el túnel, la veladora de la Virgen de Guadalupe ya está prendida desde dos días antes del partido, bueno, eso me está poniendo mal, amigo…

Dígame, ¿cómo es que el aficionado agita las banderas sin haberlas movido? ¿cómo es que la red ya había abrazado a la red antes de aquel golazo? ¿Cómo? ¿Cómo es que la línea de cal se pintó sola como con los zig zags de Maradona?

¿Por qué las butacas se voltean a ver? ¿por qué el micrófono llora? ¿cómo es que el Estadio Azteca sigue hablando consigo mismo por las noches?

-La memoria del futbol encenciende un cigarro-

-Se frota la frente. 

-Suda. 

Tiene muchas preguntas. 

-Dígame, ¿por qué me ha traído aquí?

¿Qué hacemos a media noche en el Estadio Azteca? ¿Por qué ese gato recargado en un tejado de Santa Úrsula lame la Luna?

¿¡Quién es usted!?

Hable, ¡dígame algo!

-Se hizo un silencio. 

La cancha se encendió, como sacudida por una implosión de recuerdos. 

El Estadio Azteca se llenó de nuevo, como en aquellas mañanas de domingo de Clásicos y confetis.

De pronto, salió el sol de noche, aquel gato huyó, el viento se quitó el sombrero y luego se escuchó con la voz de acero: “¡Gol anotado por Melquiades Sánchez Orozco!”.

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