Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

Fiesta en América

2018-08-12 | Felipe Morales
FELIPE MORALES
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En el futbol lo importante son las intenciones y el América tiene muy buenas, cuando ataca. Las Águilas se han acostumbrado a ser demoledoras, desde la predisposición ofensiva. El sábado disparó más veces a la portería que las ocasiones en las que corrió detrás de la pelota. Y, en esa concordancia, entre el querer y el poder, goleó 3-0 a un flaco y palidísimo Monterrey...

Al inicio, Rayados comprometió la salida desde los pies de polvo de Jonathan Urretaviscaya, que con una ingenua y desguanzada salida hacia el centro del campo, hizo de un mal servicio, un contraataque azulcrema...

La pelota llegó a Roger Martínez, que hizo un gol desde la mentira del cuerpo. Cuando amagó hacia la derecha, se acomodó el balón a la zurda, con la que disparó cruzado a la base del poste izquierdo de un Marcelo Barovero congelado en el tiempo. 

América ganaba desde una jugada que tuvo mucho de una isla. No lo hacía por la gestación, sino por la astucia de un Martínez, que trasladó la concentración a la anotación...

De esa manera, como el futbol, entendido a través de los pies de Diego Lainez y Rodolfo Pizarro, siempre mejora, el duelo entre América y Rayados era una constante desobediencia, que renacía una y otra vez a partir de la casi extinta finta y los recuerdos actualizados de amagues y piruetas...

Pero también era un partido más seguro cuando Agustín Marchesín y Marcelo Barovero se calzaban los guantes de la seguridad, en campos tan maltratados como el del Estadio Azteca...

Entonces, América aprovechó la expulsión de Stefan Medina y en un tiro de esquina, por derecha, fue también un triángulo virtuoso: Mateus Uribe elevó un balón en el viento; Bruno Valdez lo remató de cabeza con la velocidad de la luz y la red lo abrazó en lo que fue un gol aéreamente avasallador...

Y así, el América y Andrés Ibargüen eran una eterna bicicleta por derecha; Guido Rodríguez, una brújula que le daba Norte a los partidos; Oribe Peralta, un falso lento; Renato Ibarra, un activista de los túneles y Mateus Uribe una catapulta con piernas...

Al final, el local era tanto, que Ibargüen cobró cadenciosamente un penalti en el que siempre miró al centro y que disparó, con la memoria, hacia la parte interna a la cara lateral de la red derecha. 

Así se configuró un 3-0 de alas extendidas, muy parecido a aquellos días del pasado en los que cada vez que el Monterrey venía a la Capital, era tranquilamente goleado...  

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