Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

En el Pirata Fuente se juega desde el bochorno

2018-02-19 | Felipe Morales
FELIPE MORALES
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En Veracruz se juegan los partidos de la transpiración. No es mejor el que juega más, sino el que suda más. El Puerto no es para todos; ahí la humedad se merece y el talento, a veces, no prevalece. Se subraya la intensidad y se aplaude más una playera empapada, que una jugada inesperada. Ahí los puntos se  ganan desde el esfuerzo de no ser menos, aunque pocas veces se sea más…

En el Luis Pirata Fuente se juega desde el bochorno. Los equipos se trasladan sobre un engrudo, que espesa las voluntades. Y así, el América corría por un campo de pasto elevado, que cansa las piernas y envejece las ideas, pero que donde se conserva el invicto y el liderato general…

Los Tiburones, predestinados a ser inesperados, al inicio de la segunda mitad olían la sangre. Como depredadores anónimos, ocultos en un oleaje bajo, se acercaron con el misterio de lo imprevisto y arremetieron con la improbabilidad de la amenaza hecha gol. 

Carlos Esquivel hirió con un disparo de primera intención, colocado a la base del poste derecho. Entonces, el mar rugía agitado, la afición jarocha gritaba con la garganta de carnaval y la luna se espejeaba en las olas violentas que habían roto en el marco azulcrema…

Oribe Peralta seguía lamentando aquella jugada en la que había amagado una y otra vez hasta derrumbar defensas de plomo. Aquel balón rebelde se había ido por encima de la portería y ahora vivía en algún muelle lejano.

Las Águilas, confirmadas como competitivas, se lanzaron a las aguas profundas en una expedición hacia el gol. Jéremy Ménez, Andrés Ibargüen, Henry Martín, Cecilio Domínguez y Peralta comandaron aquella exploración como señal inequívoca de que las predisposiciones ofensivas tienen su recompensa. 

Y así, instalados en el barco de las ambiciones con banderas ofensivas, que cortaban el agua en dos, como con una navaja de afeitar, los futbolistas azulcrema se posaron en el área rival, pero Melitón sacó el pecho y detuvo en varias ocasiones el balón. 

Y entonces, en el último exhalar del partido, Martín tiró un taquito de espaldas a la portería, que viajó muchas leguas sobre el área sin que nadie le echara una red; solo Bruno Valdéz atinaría a darle sentido a aquella espontánea asistencia; casi en la línea empujaría el balón, hacia la portería.

Fue un empate de mucho cardio. De mucho fondo, de un futbol empapado. Fue la continudidad de un invicto de ocho juegos que el América salió a pescar en una tarde noche atestiguada por el viejo y el mar…

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