Opinión

Felipe Morales

Con un estilo fresco y una pluma original, Felipe Morales nos cuenta las mejores historias del futbol desde su perspectiva periodística.

Chuy Corona no es Moi Muñoz

2018-10-28 | Felipe Morales
FELIPE MORALES
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No fue inteligente, pero tampoco fueron las ganas de ser Moisés Muñoz, como se escuchó burlonamente. Fue, en todo caso, una irresponsabilidad genuina, autentica: Jesús Corona se fue al ataque en el último vapor del Clásico Joven, con el 0-0 en el marcador, como confirmación de que la incomprensible y seductora imprudencia a veces suple a la razón por el instinto, que desenvuelve el mensaje: A Cruz Azul le ardió el pecho en esa decisión que retrata ambición…

Si Mario Carrillo había dicho en la semana que el América “no regalaba ni madres” en estos partidos, cuando él dirigía a las Águilas, La Máquina pudo ponerle moño al 1-0 de los azulcremas, en un contragolpe sin arquero. Pero no. Se cobró falta y, al final, a los de Coapa les faltó la pericia de la que carecieron en el trayecto de un partido en el que pudieron, pero no quisieron ser victimarios, mientras Corona regresaba jadeante y con la lengua de fuera hacia su desprotegido arco.

Se escuchó un rugido. El Azteca tuvo voz. Despertó a la frustración amarilla. Cruz Azul se fue en paz, porque fue más. El “arrimado”, como se leía en las paredes de Santa Úrsula, paradójicamente, fue el que más se le arrimó al triunfo…

Mucho porque cuando Cruz Azul atacaba, parecía que lo hacía con una Pamplonada interna, que le sacude las ideas. Martín Cauteruccio cabeceó, como lo hacen los gobernadores de los aires, y la pelota timbró en el travesaño; después, Roberto Alvarado llegó sin invitación al área y cortó el aire con un disparo tijereteado, estampado en el poste derecho. Si se supiera por cuántos postes se cambia un gol, en la Noria ya habrían ido al centro de canjes…

El América resolvía si Diego Lainez era el futuro hoy o solo el futuro. Lainez amagó hasta a Melquiades, que sigue hablándole al tiempo desde algún palco del Azteca, pero no dribló a sus miedos de ser el futbolista que todos quieren que sea. Aún no lo es. Mucho porque en el medio campo se libraba una faraónica contienda,  de escudos y flechas, de armaduras y caballos, de humo y sangre, de galopes y lanzas en forma de empeines entre Marcone y Guido Rodríguez, los emperadores del ecuador del Azteca, en el que se trazaban las fronteras entre lo permitido y lo oprimido por el fulgor del talento.

Pero Cruz Azul se entibió, como pierde su temperatura un té. Aquel hervor, fue temperado. A Pedro Caixinha y a Miguel Herrera se les saltaban las venas del cuello, mientras apretaban los puños para atrapar al fuego.

Pero el futbol vio al vacío y se paralizó; tuvo vértigo de más. Se descosió desde sus hilos de intermitencias. América fue más vertical y Cruz Azul, en consecuencia, horizontal, desde las perspectivas de la ofensividad, que es caprichosa. 

Y se jugó el partido a no perder, hasta que a Jesús Corona se le encendió aquel arrebatado instinto, al darle un beso de despedida a sus postes, diciéndoles ‘los veo luego’.

Y así, corrió presuroso, hacia el gol con el semblante del enamorado que espera a su novia con rosas en el aeropuerto; galopante, cruzó el medio campo y luego la media luna, y luego alzó los brazos desde el punto penal, viendo cómo la pelota le pasaba por encima de los sueños, dirigida a todos menos a él, hacia el segundo poste. Corona se arrepintió antes de arrepentirse. Pero el árbitro silbó la falta que postergó su deuda hasta siempre. 

De esa forma, aquella carrera hacia el gol, del portero con guantes de delantero, que quiso ser el recuerdo de Moisés Muñoz se pronunció en voz baja y casi en silencio, porque se supo después que Chuy no es Moi…

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