Opinión

David Faitelson

David Faitelson es dueño de un estilo duro, pero frontal al momento de dar opiniones, que incluso le han traído choques con algunas figuras.

Oh là là!, Gignac...

2018-01-30 | David Faitelson
DAVID FAITELSON
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Habían pasado apenas algunos minutos desde el error en la salida de la zaga de Tigres que propiciaba el gol del Pachuca y un empate a dos en el paraje final del partido. El Estadio Universitario pasaba de un estado festivo a uno de un tono más serio y preocupado. Entonces, él empezó a merodear el área. Levantó la cabeza, observó dónde estaba el balón, sus compañeros, dio un par de gritos, hizo un ademán hacia donde se encontraba Jürgen Damm y giró un poco a la derecha para quedar por delante del defensor. Cuando el centro que, venía por izquierda, alcanzó la velocidad adecuada, él ya tenía listo el empeine que, como recurso, ponía de forma magistral para enviar el balón en las redes. El murmullo había desaparecido por un canto eufórico que ha sido clásico en las noches de futbol de San Nicolás de los Garza: “Olé, olé, olé, Gignac, Gignac… Olé, olé, Gignac, Gignac…”.

Fue el gol 61 del francés André-Pierre Gignac en su todavía corta estancia en la Liga MX. Cada número, cada estadística, cada actuación, cada trofeo, es una insinuación a la historia misma de Tigres y del futbol mexicano. Pocos futbolistas han tenido el nivel de rendimiento que ha mostrado el exjugador del Olympique de Marsella. La relación tiempo-productividad en la cancha es ‘monstruosa’. Ningún jugador que haya llegado a México con una carrera avanzada en otra Liga ha dejado una patente tan poderosa de su clase, su entrega, su adaptación y de sus grandes condiciones en la cancha. A Gignac se le empieza a comparar con figuras como Carlos Reinoso, Miguel Marín, Evanivaldo Castro ‘Cabinho’ y José Saturnino Cardozo; la diferencia es que ellos jugaron casi toda su carrera en el futbol mexicano. Gignac apareció como un refuerzo que vendría, en apariencia, a entregar en México los últimos minutos de su importante trayectoria que tuvo en el futbol francés. No sólo parece que llegó para quedarse, también lo ha hecho para colocar su nombre en un sitio muy especial en la historia de Tigres y del futbol mexicano. Pero quizá lo más importante de Gignac ha ocurrido fuera de la cancha. Su capacidad de adaptación ha sido realmente sorprendente. Él fue muy inteligente desde el mismo día en que apareció por la puerta de llegadas internacionales del Aeropuerto Mariano Escobedo. Entendió el valor pasional de Tigres, su responsabilidad social para con el aficionado, la preciada rivalidad con Rayados, se adaptó al estilo y a la vida regiomontana y le demostró a su entrenador, a los directivos, a sus compañeros y a la tribuna que venía a correr, a entregarse y a desquitar cada centavo que lo transformaron en el futbolista mejor pagado en la historia del futbol mexicano. Sus apariciones en los hospitales o dedicándole goles y un abrazo a un niño enfermo de cáncer son también parte de la carrera integral de un futbolista. Gignac lo ha hecho. Además, sin la necesidad de muchos reflectores. El francés apenas y cruza palabra con los medios. Se mantiene ajeno a la publicidad. Vive su carrera como debe vivirla un futbolista: preocupado por la cancha, por la responsabilidad social que significa ser un futbolista profesional y alejado de los escándalos que suelen aparecer en el entorno y en camino de los jugadores que alcanzan un nivel estelar.

Habrá un antes y un después de Gignac porque, si bien la historia del futbol mexicano recuerda a futbolistas de renombre que vinieron a ser parte de este futbol (Barbadillo, en Tigres; Dirceu, ‘Piojo’ López e Iván Zamorano en el América; Bebeto, en Toros Neza; Schuster, en Pumas; Butragueño y Míchel, en el Celaya), ninguno de ellos alcanzó el nivel de compenetración que ha tenido el francés con Tigres. Hay una faceta romántica alrededor de este jugador que difícilmente vemos ya en el futbol de cualquier latitud. Hemos pasado por otra ventana de transferencias en el futbol internacional. De nueva cuenta, las ofertas por Gignac, de clubes y de Ligas más poderosas que la mexicana, aparecieron. El francés dijo no. No importa si se trata de sumas que no ganará en México y que podrían asegurarle su porvenir y el de sus familiares. Él ha dicho que está contento aquí y que piensa retirarse con la camiseta de Tigres.

América mostró en la cancha el sábado a un jugador francés que alguna vez alcanzó un nivel entre los futbolistas de renombre internacional. El América lo ha hecho viéndose en el espejo de lo que Gignac ha logrado en Tigres y para medir el alcance y la trascendencia de Jérémy Ménez en el América y el futbol mexicano habrá que compararlo forzosamente con Gignac.

Casi a las nueve de la noche, cuando sus compañeros ya estaban en el vestidor festejando el importante triunfo sobre los Tuzos del Pachuca, Gignac seguía en la cancha del Estadio Universitario, cerca del calor y del corazón de lo más importante que tiene el futbol: la pasión del aficionado. Él es uno de los pocos futbolistas en México que ha entendido ese valor y esa responsabilidad.

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