Opinión

David Faitelson

David Faitelson es dueño de un estilo duro, pero frontal al momento de dar opiniones, que incluso le han traído choques con algunas figuras.

Cuando el futbol es un tango...

2018-11-09 | DAVID FAITELSON
DAVID FAITELSON
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BUENOS AIRES, Argentina.- Y si hablamos de futbol
¡che, qué papelón!
Hoy se juega sin alma, ya no hay emoción.
¿Pero por qué no lo dejan jugar como ayer?,
¡a lo Pedernera, Pontoni y Boyé!

El futbol se vuelve un tango: insinúa con ser una fiesta, pero sus ritmos y tonos se hunden en el reclamo, la tristeza y la nostalgia.

“El juego que nunca termina...”. La frase es una propiedad intelectual de mi compañero de trabajo, Diego Monroig, quien ha cubierto las noticias en el Boca Juniors en las últimas dos décadas y sintetiza a la perfección el sentimiento que existe alrededor de este juego que más que un juego es todo un acontecimiento. Lo irónico del tema es que siendo, al final del día, un partido, algo tan lúdico y trivial como un juego de futbol, algo que debe ser o significar una diversión y un entretenimiento, aquí existe otro tipo de percepción. En la ciudad se respira un
ambiente tenso y pesado.

Los actores: futbolistas, entrenadores y directivos entienden la responsabilidad del resultado y sus consecuencias. Cuidan cada palabra y hasta gesto. También, lo comprenden -y he aquí lo
más peligroso del asunto- los aficionados, la mayor parte de ellos fanáticos -más que hinchas- que no poseen la suficiente preparación para entender que un juego de futbol termina cuando silba el árbitro y no significa “vida” o “muerte”.

Boca y River juegan sin mañana. Aprecian el valor de ganarle a su acérrimo rival la preciada Copa Libertadores, pero tienen cierto temor en la posibilidad de ser el derrotado y de cómo eso
puede marcar su vida futura. Y el mayor problema es que no parecen disfrutar el proceso, sino sufrirlo.

El propio presidente del país, Mauricio Macri -expresidente de Bocano parecía, hace algunas semanas, totalmente entusiasmado con la entonces posibilidad de un Boca-River por la Final
de Libertadores. Macri entendía el complicado panorama que significa recibir la cumbre del G-20 unos días después de la definición de la Copa Libertadores.

Lo menos que necesita esta Argentina, nueva y casi eternamente convulsionada por crisis económicas, es un escándalo de proporciones internacionales. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha anunciado que adelantará su presencia en la Argentina para estar en el juego de vuelta en el Estadio Monumental.

Puede que suene algo exagerado. Los argentinos le han llamado la “Final del Siglo”, pero más allá de exportar su futbol, un futbol que hace ya algún tiempo no justifica su posición como potencia mundial, lo que este inusitado duelo mide y establece es el grado de pasión que un simple juego -que no me escuchen decirlo- es capaz de provocar.

El Boca-River de la Final de Libertadores será reconocido y recordado como uno de los grandes acontecimientos deportivos de la historia. Compararlo con otro evento futbolístico puede resultar inapropiado. Evidentemente no es mejor en cuanto a la calidad que ofrece un duelo entre clubes europeos, quizá un Real Madrid-Barcelona, pero avasalla en cuanto al ímpetu y la exaltación que genera antes, durante y después del juego.

“Los argentinos hemos dejado de creer en muchas cosas. Hemos dejado de creer en nuestros gobernantes, en nuestras instituciones, en nuestra economía y hasta en la iglesia”, me explica Gully, un aficionado -aquí hincha- de Boca. “Pero en el futbol es algo a lo que nos resistimos. Seguimos creyendo a pesar de todo”.

No se trata del momento que vive cada club y quizá tampoco del escenario de una Final de Libertadores que es el máximo trofeo al que puedan aspirar enfrentándose, es además, una necesidad que existe aquí de polarizarse, de ser rivales, antagonistas en todo el contexto de la palabra. El argentino entiende la vida a partir de pertenecer a algo. Boca y River son el pretexto perfecto.

“¿Yo? Yo no le voy a nadie”, le respondí a José Roberto, el amable taxista que me ha traído del hotel a la cancha de Boca. El silencio que siguió después parecía incriminarme. ¿Cómo había sido yo capaz -en medio de esta “guerra”- no identificarme con uno de los bandos? Hay más de 60 estadios de futbol en el gran Buenos Aires, pero Boca y River se cuentan aparte.

Se cree que detrás de un aficionado de Independiente o de Vélez Sarsfield hay espacio para una bandera de alguno de los “grandes”, pero el gran problema aquí es que no parecen estarlo disfrutando plenamente. Hay tanto en juego, tanto de por medio, demasiado orgullo, pasión e identidad que los argentinos le tienen más consideración a la derrota que a la gloria misma. El futbol se vuelve un tango. Boca y River tienen la palabra...

Café de un barrio porteño En la noche de domingo, Sexta edición, cubiletes, El tema: futbol y pingos. Cuatro muchachos charlando En la mesa de rigor, José, Ricardo y Anselmo Y el cuarto: un servidor.

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