Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Todo mal

2018-11-27 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Íbamos a un partido inolvidable y éste logró conseguir su objetivo desde el lado más oscuro que puede tener el futbol argentino, el de la violencia sin fin.

En Argentina nadie puede explicar con palabras lo que el balompié representa para el hincha local; es una especie de credo a prueba de todo que incluso para muchos es capaz de rebasar el amor por su propia familia, parece exagerado pero es real, basta ver y escuchar a más de uno para sacar tan inexplicable conclusión. Un efecto desmedido y cegador apto para provocar cualquier acto irracional, primitivo y salvaje con el simple objetivo de querer demostrarle a los demás fidelidad a los colores propios y superioridad ante los demás.

Los 'barras bravas' en aquel país son literalmente organizaciones delictivas profesionales y grupos de choque politizados disponibles al mejor postor disfrazados de aficionados comunes dentro del enorme espectro que la multitud supuestamente resguarda en el anonimato; sin embargo, en Argentina, todos conocen y saben los nombres de los líderes de cada barra inmersos en los equipos de las cinco divisiones profesionales del futbol manejado por la AFA. Todos saben, pero nadie señala por miedo a las represalias y al poder adquirido por estos delincuentes tapados detrás de un escudo deportivo.

Los violentos del futbol argentino manejan distribución de droga dentro y fuera del estadio, son dueños de los puestos que venden camisetas pirata, comida, e incluso de los estacionamientos en la vía pública; extorsionadores, ladrones que roban en la tribuna y zonas adyacentes al inmueble, así como varios sicarios. Son capaces de estar infiltrados en la vida social de los clubes y pedir dinero para banderas, viajes, boletos e incluso porcentaje sobre venta de jugadores. Su palabra es la muerte y sus límites simplemente disminuyen conforme el barrio donde está el estadio de su equipo va desapareciendo a la vista.

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Pasó el sábado anterior en el acomodado distrito de Núñez con la gente de River en un atentado contra el camión de Boca que pudo terminar aún peor, tanto para los jugadores del cuadro Xeneize como para los propios seguidores del equipo millonario, porque el chofer estuvo a punto de perder el control de la unidad tras recibir un proyectil en la cabeza, situación que rozó la tragedia cuando el autobús doblaba en una curva cerrada a metros del estadio.

Después dos futbolistas al hospital, tres cambios de horario, sobrecupo en las gradas, horas de incertidumbre y final con balas de goma, gases lacrimógenos, piedras, botellas y todo objeto que fuera capaz de contribuir a la guerra contra la policía. Un caos.

La Conmebol con el hombre fuerte de la FIFA, Gianni Infantino, como máximo invitado, no supo qué hacer y pospuso el juego para el domingo, pero al encontrarse con dos de los pesos pesados que conforman su organización deportiva como lo son los dos más populares de Argentina, no tuvo remedio que liquidar por segundo día un partido que no se podía jugar a pesar de la presiones comerciales e institucionales.

Hoy se “resolvería” en el escritorio el aparente fin de una novela de horror en donde Boca Juniors pide el título, mientras que River Plate quiere que se juegue a como dé lugar; en tanto, la FIFA aprieta porque el Mundial de Clubes necesita tener un campeón sudamericano en su torneo.

La tarde del Monumental que presagiaba el juego más grande en la historia del Clásico argentino luchando por el trofeo continental más importante, se diluyó dramáticamente en una asquerosa muestra de la barbarie humana escondida bajo el pretexto del amor incondicional a un club de futbol.

Íbamos a una fiesta y todo terminó mal, muy mal.

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