Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

Por Jon Paul

2020-04-16 | Christian Martinoli
CHRISTIAN MARTINOLI
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Leppings Lane es una pequeña calle que da a la cabecera oeste (West stand) del Estadio Hillsborough, la cancha del Sheffield Wednesday. Justo antes de llegar al inmueble dicha vía pasa por encima del río Don y por consecuencia el espacio para que circule el público es menor. Por ahí, el 15 de abril de 1989 debían caminar 24 mil 256 fanáticos del Liverpool, pero en realidad eran más de 28 mil los partidarios rojos. Ese día se enfrentarían, en cancha neutral, contra el Nottingham Forest por las Semifinales de la FA Cup. Las autoridades inglesas eligieron el campo del Wednesday a pesar de que no cumplía con las mínimas condiciones de seguridad; lo alarmante del hecho es que este inmueble estaba mejor que la gran mayoría de las instalaciones deportivas del Reino Unido.

Increíblemente la policía decidió que los aficionados del Forest, que eran menos, ocuparan las tribunas más grandes del estadio, la enorme South Stand y la famosa Spion Kop.

Del otro lado, los frenéticos hooligans del Liverpool se desesperaban porque los 23 viejos torniquetes de acceso a Hillsborough estaban retrasando su entrada. Una masa humana ávida de futbol quería ingresar de inmediato. Los agentes de seguridad entraron en pánico y como ya no cabía gente en la pequeña explanada afuera de las tribunas asignadas y para colmo seguían llegando personas sobre las calles Vere Road y Leppings Lane, optaron por abrir una puerta, la C, que sólo se utilizaba como salida. Esto descomprimió el acceso pero se perdió el control total de cuántos aficionados estaban entrando, es más, informes aseguran que cuando abrieron esa puerta el estadio ya estaba lleno. Eran las 15:06 de la tarde, iban seis minutos de juego, cuando el árbitro Ray Lewis tuvo que detener el partido a petición de los uniformados, ya que había personas trepadas en el alambrado y otras que caían dentro de la cancha.

Cientos de individuos no podían mover ni un dedo, se comprimían unos con otros y sus rostros chocaban contra las rejas en busca de aire. Algunos pisaban a quien
fuera con tal de salir de aquel infierno. El caos era absoluto, mientras varios sentían cómo sus huesos se iban quebrando, otros morían asfixiados de pie.

Así como cuatro años antes en la Copa de Europa los mismos fanáticos del Liverpool generaron la tragedia de Heysel en donde murieron 39 personas, la mayoría de la Juventus, ahora ellos mismos estaban escribiendo su propia tragedia, la de Hillsborough.

Fueron 766 heridos, de los cuales 300 quedaron hospitalizados y 96 muertos (investigaciones posteriores aseguran que 41 de ellos pudieron ser salvados, pero la negligencia de los servicios médicos pudo más), que oscilaban entre los 10 y los 67 años de edad. El más chico se llamaba Jon Paul Gillhooley, un fanático
de los 'Scousers', que consiguió en el último minuto un boleto para el juego que iría a ver con sus amigos. "Fue al partido después de su clase de natación", cuenta su madre Jackie, en un desgarrador reportaje del periódico The Mirror.

Cuando en casa de los Gillhooley se enteraron de lo sucedido, Ronnie, el padre de Jon Paul, recorrió los 100 kilómetros que separaban Huyton, un suburbio de Liverpool, de Sheffield. Al llegar ahí se percató de todo. "Yo sólo esperaba que me llamara Ronnie y cuando lo hizo me dijo 'Jon Paul, es uno de los muertos', una parte de mí se desgarró ese día y el agujero que provocó nunca se cerrará", describe Jackie.

Jon Paul tenía casi dos años más que su primo, compañero de fines de semana y sobre todo de veranos, Steven. Solían hablar por teléfono seguido y presumían sus hazañas constantemente. Se querían mucho y polemizaban constantemente con el Clásico de Merseyside, ya que Steven seguía al Everton.

Luego de la tragedia, Steven, pasó duros momentos tratando de olvidar lo sucedido, quizá pensaba que su primo no estaba muerto, sino que se había ido de viaje lejos y que algún día volvería, ideas de un niño de ocho años. La dura ausencia de Jon Paul hizo que Steven cambiara de equipo, era tanto el amor que su primo le tenía al Liverpool, que como recuerdo entrañable y en manera de homenaje se haría fanático del odiado enemigo deportivo, para que así todas las noches de domingo le pudiera contar a Jon Paul, tras sus plegarias y mirando al cielo, las grandes hazañas que los Reds hacían en las canchas de toda Inglaterra. Sería su complicidad, pensaba.

Con los años Steven empezó a destacarse como jugador de futbol y la prestigiosa Academia de Liverpool lo aceptó. Una vez jugando descalzo en un pastizal, quiso
patear la pelota pero también se encontró un viejo rastrillo entre unos arbustos que se terminó clavando en el pie. Los médicos querían amputarle un dedo, pero la familia y la gente del Liverpool decidieron tratar la rehabilitación.

Sus deseos de jugar lo hicieron probarse con el Manchester United, situación que presionó demasiado a la gente de Anfield y le dieron un contrato como profesional. Debutó en 1998 y ese día invitó a sus tíos a la cancha para que lo vieran. "Él me está viendo desde allá arriba, yo juego para él", les dijo antes del partido Steven a Ronnie y Jackie, refiriéndose a Jon Paul su hijo que hacía nueve años había muerto en Sheffield.

En la espalda portaba su apellido, Gerrard, un chamaco espigado de grandes condiciones técnicas y con un tremendo desplazamiento en el medio sector de la cancha. La calidad de su futbol quedó demostrada desde el primer minuto y el exigente público de Anfield empezó a volverse loco con él. Dos años más tarde la selección tocó a su puerta y desde entonces lleva 14 años como principal protagonista en el 'Equipo de la Rosa'.

Con casi 700 partidos vestido de rojo, 'Stevie G', como lo conocen sus fieles, ganó dos Copas FA, tres Copa de la Liga, dos Community Shield, una UEFA, dos Supercopas de Europa y la más importante, una Champions League, aquella de Estambul contra el Milan, que se convirtió en uno de los más dramáticos encuentros en la historia del futbol.

Sin embargo, para el conocedor simpatizante del Liverpool, la Premiership es incomparable. Se trata del orgullo local, de la grandeza en la isla. La gente del "You'll never walk alone" (Nunca caminarás solo), hace 24 años que no la gana, es más, cuando lo hicieron por última vez todavía no se llamaba English Premier League. Se han estancado en 18 títulos y dejaron de ser el más ganador, ya que el United durante ese tiempo de sequía roja se llevó el torneo en 13 oportunidades, rebasándolos con 20 trofeos.

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Para Gerrard esa estadística pesa mucho, por encima de sus 173 goles que lo hicieron superar al legendario Kenny Dalglish, de levantar la prestigiosa Champions, de ser símbolo viviente de su club; la Liga Premier tiene algo mágico que quiere conocer el número '8' de los Reds.

Gerrard no le tiene que demostrar nada a nadie dentro de este negocio pero en infinidad de ocasiones ha mencionado incluso en su autobiografía, que la inspiración que le genera el recuerdo de su primo lo ha hecho el jugador que es. Incluso en su libro escribió sobre Hillsborough: "La tragedia de Sheffield no puede volverse a repetir. En Liverpool hay comedores incompletos durante cada cena y dormitorios vacíos. Nadie puede perder la vida o a un ser querido por ir a un juego de futbol. Cada vez que voy a Anfield y veo la placa en honor a los 96 fanáticos que jamás regresaron a casa y leo el nombre de Jon Paul Gillhooley, cortar el mármol frío de la Shankly Gate (entrada principal del estadio que lleva la leyenda del club y fue creada en honor al exentrenador Bill Shankly), me lleno de tristeza y rabia. Quizá nunca lo había dicho abiertamente pero, yo juego por Jon Paul".

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